miércoles, 15 de abril de 2009

A treinta años del Golpe militar en Argentina

Por Oscar Raúl Cardoso 1976-2006

Como todo cambio estructural en la región, los golpes de Estado en la América Latina de los años 70 —incluido el que azotó a Argentina hace 30 años— precisaron de condiciones internacionales distintivas, en especial en Estados Unidos.
Necesitaron aquello que efectivamente tuvieron: una opinión pública en el mundo desarrollado que, como la doméstica, creyera que América Latina no merecía nada mejor que dictaduras militares para salir de su marasmo de conflictos. Es algo más que la vigencia de la mentada doctrina de seguridad nacional como elemento irradiado entre los ejércitos latinoamericanos desde Washington. La viabilidad internacional de esas dictaduras fue consecuencia de un profundo giro a la derecha de la visión mayoritaria de Occidente, con cuyos efectos lidiamos todavía.
Algunos creyeron en esos años que la historia avanzaba en una dirección opuesta pero, sabemos ahora, se equivocaron. Sí, la competencia que proponía el modelo de la Unión Soviética al capitalismo estaba viva y parecía que seguiría vigente sin fecha límite.

El impulso descolonizador que conoció el mundo después de la II Guerra Mundial llegaría a su clímax con la derrota estadounidense en Vietnam de 1975 y tanto la crisis petrolera de 1973 como la menos recordada declaración de inconvertibilidad del dólar decidida por Richard Nixon a comienzos de década parecían augurar una crisis cercana y definitiva para el sistema de acumulación y organización social capitalista. Lenin la había profetizado para los años 50; quizá —sostenían sus seguidores— solo se había equivocado en dos décadas. Se había equivocado y punto.
Otros hechos ocasionales parecían confirmar la tendencia. La militarización de la política uruguaya a través de un mascarón de proa civil y el golpe que derrocó a Salvador Allende en Chile encontraron la tolerancia —y en el segundo caso la sociedad del silencio— de un gobierno de derecha en Washington, el de Nixon. Los generales, almirantes y brigadieres de la Argentina se dieron de bruces con la administración demócrata de James Carter y su énfasis en el respeto a los derechos humanos. Pero lo de Carter resultó la flor de un único término y lo que siguió fue el regreso de la brújula a su norte ideológico con Ronald Reagan, en 1980.

Las principales secuelas de lo sucedido en la región hace tres décadas resultan autoevidentes. Las dictaduras decían combatir la amenaza comunista, pero lo que hicieron fue preparar, a través del endiosamiento del mercado y una fuerte represión, el terreno para que las transformaciones sociales que trajeron las sucesivas revoluciones del conocimiento y tecnológicas pudieran ocurrir en un marco social anómico. Las dos décadas siguientes fueron progenie directa de aquellos años. La de los 80, bautizada como la "década perdida" por sus consecuencias en América Latina, y la de los 90, cuando el patrimonio público pasó a manos privadas con la promesa de un futuro mejor que nunca llegó. Democracia más mercado fue la fórmula del "Consenso de Washington" que sirvió de eslogan sombrilla a esas políticas.
Eso no es todo: la inoperancia de los regímenes militares y, sobre todo, la crueldad con la que operaron, hicieron que el mundo tuviera que revalorizar la importancia de los derechos humanos básicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario